Simplemente se quedaba ahí parado, delante de aquella casa en ruinas que en su momento debió de ser preciosa. Tenía expresión lujosa y rica, alegre y vivaracha. Sin emabrgo, él parecía estar esperando algún desastre natural cada día. Al menos hace unos meses. Acabo de llegar de un viaje a Nueva York y estoy feliz de volver a casa tras tantos meses fuera. La calle ha cambiado. La tienda de ropa que había frente a mi casa se ha convertido en un pequeño centro de adopción, e incluso tengo nuevo vecino. Pero él sigue allí, frente a la mansión, asomado a la ventana con nostalgia, como si nunca se hubiera movido. Tal vez no tenga ningún sitio a dónde ir. Parece de mi edad. Tan joven y luchando por vivir, y encima sin nadie que le tienda una mano. Tiene el pelo negro y los ojos grises, como las nubes que encapotan el cielo invernal. Es muy delgado y las costillas se transparentan bajo su camiseta oscurada de manga larga, que parece bastante fina. Si digo la verdad, lo he echado de menos. Cuando lo miro desde mi ventana me siento...serena. Casi como si presintiera que todo irá bien a pesar de los obstáculos y las necesidades. Sin embargo, parece que él no sufre, pero yo sé que sí. Que se siente solo. ¿Y si me acerco a él? Ni siquiera sé su nombre y hace tiempo que vino aquí. Lo recuerdo. Era Navidad, como hoy. Yo tenía diez años y jugaba con mis primos con un balón de baloncesto. Empezó a nevar y con inocencia salimos al porche, a ver caer los copos e intentar atraparlos con nuestras manitas enguantadas. Y entonces lo vi. Avanzaba por la calle con paso apesadumbrado, con lágrimas rodando por las mejillas, sonrosadas a causa del frío. Con el pelo húmedo y tapándole los ojos, rojos e hinchados de tanto llorar. Se sentó frente a mi puerta, se secó el rostro y lo escondió tras sus manos. Volvió la vista hacia el final de la calle, hacia la mansión, dónde las ventanas brillaban de luz.
Y ahora me sentía igual. Evitando disfrutar de la Navidad ante su tristeza, con ganas de acercarme y abrazarle.
Salí de mi casa y con paso vacilante me acerqué. Vamos, Jenna. Aún estás a tiempo de dar media vuelta. He visto tortugas más rápidas. Y sin darme cuenta, llegué a su lado, lo que provocó que alzara la vista y posara sus grises ojos en los míos. Viéndolo allí sentado, delante de la vieja y deshabitada casa, sólo podía querer preguntarle si le gustaría vivir en mi casa. Pero fue algo distinto lo que escapó de mis labios:
-Hola- valiente idiota estoy hecha.
-Hola- respondió él en un susurro, como si le doliera hablar. Sus labios eran carnosos y estaban amoratados.
-¿Cómo te llamas?-acerté a preguntar al fin.
-No lo sé- contestó encogiéndose de hombros- No me acuerdo. Nunca me ha hecho falta.
-Yo soy Jenna.
Para mi sorpresa, él sonrió un poco. Apenas un resquicio de felicidad, una grieta en su armadura de sufrimiento.
-Lo sé- dijo. Luego volvió a su seriedad y se levantó, dejándome demasiado bajita a su lado. Pasó por mi lado- Feliz Navidad- susurró antes de marcharse hacia las sombras de los edificios.
Ése es el misterioso chico de la calle Felt. Mi calle. Y su calle. Me pregunté dónde iría. Yo tenía una casa a la que volver. Pero él no. Tal vez ésta calle fuera nuestra vivienda, y nos deparase más de un encuentro. Pero ahora sólo podía desearle una Feliz Navidad, y espero que la tenga.
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ResponderEliminarMe ha gustado mucho! Está muy bien escrito y no es ni muy corto ni excesivamente largo, por lo que resulta cómodo de leer :)
ResponderEliminarHe encontrado dos fallos (no es que disfrute criticando, lo hago para ayudar :) el primero es ortográfico; en la segunda línea, hacia la mitad de frase, pone "sin embrgo"
Y el otro más que un fallo es una opinión. En la última línea, yo pondría "y esperaba que la tuviese". Pero vamos, tampoco me hagas mucho caso ^^
Besos, K.
Este pequeño relato me recuerda que aún quedan muchas historias por contar en el mundo. Gracias!! Me gustó mucho.
ResponderEliminarTe sigo ^^